28 de jul. 2020

¡El grito del copón!


El títol d'aquesta entrada és el títol d'un capítol del llibre "El niño escondido de Medjugorje", de Sor Emmanuel Maillard, publicat per la "Asociación Hijos de Medjugorje" (1). De fet, aquesta entrada també l'hauria pogut titular "Per què no sóc creient", en la mesura que textos al.lucinats com els fragments que reprodueixo a continuació serien una bona vacuna contra eventuals (tot i que improbables) baixades de fermesa en el meu grau d'ateisme.

També em ve de gust reproduir aquests fragments perquè una part de la meva família té una important devoció a la marededeu de Medjugorje. De fet, el ventall del sector religiós de la meva família va des d'un sòlid nucli vinculat a l'Opus (herència de la meva mare), passant per un sector neocatecumenal ("Kikos"), els atrets per Medjugorje, diferents graus de creences més inconcretes o aigualides... fins a arribar primer a les indiferències, i després a l'ateisme, el representant més clar del qual suposo que sóc jo (com a mínim, els dies que no fa massa calor, perquè si m'estaborneix la temperatura, llavors em quedo "en un estat de soporífera i absoluta indiferència religiosa", sense cap grau de militància atea ni de cap mena).

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Una noche en que había prolongado el tiempo de mi adoración en la capilla de mi comunidad, me dirijo hacia el sagrario para cerrarlo y apagar las velas que lo rodean. En Francia, los miembros de la Comunidad de las Bienaventuranzas tienen la posibilidad de exponer el Santísimo Sacramento sin tocarlo, abriendo la puertecita del sagrario donde reina una pequeña custodia. Un foco ilumina la hostia, mientras que las otras luces están apagadas, lo que permite concentrar la atención en el cuerpo de Jesús.

Encontrándome sola en la capilla, me tomo el tiempo para cumplir con mis pequeñas tareas de sacristana alrededor de Jesús mientras le hablo. (...) En ese momento un detalle me salta a los ojos: la cera de la vela se ha derretido sobre el borde de madera de la puerta y debería limpiarla. Comienzo a quitar toda marca de cera, cuando me sorprende una especie de grito. No proviene de la custodia, sino del copón ubicado al fondo del sagrario, que contiene muchas hostias. Es un grito inaudible a mis oídos de carne, pero justamente por ello resuena con mayor intensidad en mi corazón, ¡pues nuestros corazones poseen antenas, y muy poderosas!

Jesús quiere decirme algo. (...)

Es como si cada hostia se pusiera a hablar, describiéndome el momento crucial que se prepara a vivir en los días venideros. Me parecía que cada hostia sabía a qué alma, a qué persona estaba destinada. (...)

Muchas hostias están en agonía; saben que serán recibidas en moradas inmundas donde reinan esos pecados que engendran la muerte. Permanezco clavada en el suelo, petrificada... Esas hostias sienten repulsión de ser consumidas. ¡Jesús pide socorro! (...)

Cada hostia conoce también el día y la hora cuando entrará en el corazón que la consumirá. Estoy fascinada por la conciencia de Jesús: lo conoce todo, lo ve todo, lo prevé todo, ¡y se deja conducir como un cordero! Felizmente, la mayoría de las hostias se regocijan por anticipado de poder unirse con su destinatario.

Hostias robadas

La Madre Yvonne-Aimée es una gran mística francesa, muerta en 1951 a los 49 años. Poseía numerosos carismas. Entre otros, solía ocurrirle que Cristo la previniera cuando ciertas hostias eran profanadas. (...) He aquí la carta que la Madre Yvonne-Aimée escribió desde París al padre Crété, el 31 de marzo de 1923:

"Padre, le escribo teniendo a Jesús conmigo. Anoche, mi Bienamado me dijo que fuera a buscarlo a casa de una persona que desde el sábado conservaba una hostia que había recibido indignamente en el comulgatorio. Apenas la había recibido, aquella pobre alma la había retirado de su boca y la había puesto en su pañuelo para llevarla a su casa con el fin de ultrajarla. (...)

"Aquella noche, obedeciendo a la orden del muy dulce Señor Jesús, fui a casa de esta persona de buena posición. Ella misma me vino a abrir. Le dije inmediatamente que venía a buscar la hostia. Ella palideció notablemente, indicándome que la siguiera. Me condujo a su salón privado, abrió una cajita que se encontraba sobre la mesa... ¡la hostia estaba allí! (...)

"Regresé al Hogar con mi querido tesoro sobre mi corazón. Era la una y media de la madrugada. Por todo el camino, mi Bienamado me hablaba. "Consérvame", me decía, "hasta que te diga qué hacer y te haga conocer mi voluntad". (...)

Yvonne continúa su carta:

"Esta tarde, Jesús me dijo nuevamente, que por la noche iría a sustraerlo de otra casa en la cual había sido ultrajado. ¡Oh, pobre Jesús, querido Bienamado, tan mal amado!"

En rescates ulteriores, Yvonne regresó a veces herida con la Eucaristía que había arrancado a unos profanadores que la habían golpeado.

Yvonne sufría muy cruelmente por las almas que profanaban las hostias y pedía al Señor por su conversión. A menudo, la noche siguiente a la recuperación de las hostias, Jesús la asociaba a su agonía, como para reparar por los sacrilegios. Estos acontecimientos ocurrían cuando Yvonne-Aimée aún no era religiosa. Tenía tan sólo unos veinte años. Más tarde, entraría en el convento de las Agustinas en Malestroit, Bretaña.

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(1) España, 2008. Fragments: pàgines 272 a 275. El llibre és un dels molts llibres trobats al carrer, gràcies als bons oficis de la Divina Providència...