"Dos años antes de nuestra era, los eruditos babilonios redactaron listas de sus dioses, una especie de inventario de la divinidad. Contaron dos mil. He leído que el shintoísmo japonés admite 800.000 seres divinos. Me pareció un número excesivo hasta que supe que en la cultura hindú se veneraban 330 millones de dioses. Hay un dios para cada cosa pequeña y también para las grandes, lo que me parece una interpretación muy poética de la realidad. ¿Cómo no va a ser divina la puerta del establo que evita que el rebaño se disperse? ¿Cómo no va a ser divina la aguja o la jarra o la azada? Todas las religiones -al igual que todos los lenguajes o todas las arquitecturas- se han fragmentado, subdividido, estallado en sectas que a su vez se microtomizan en teologías o escuelas. Al mundo católico no le basta con una Virgen María, ha tenido que inventar cientos de advocaciones. No le basta una sola orden monástica, ha producido docenas, a veces sólo discernibles por el nombre. En Europa, en Asia, en África, en Oceanía, en el cristianismo, el budismo, el animismo, el islam, el jainismo, el hinduismo, por todas partes, hay una gula de novedades que impele a reformar, a recrear, a cambiar, a no descansar en lo recibido. En los últimos tiempos han aparecido cuarenta mil nuevos movimientos religiosos. Todo surge con la aplicación de nuestra capacidad de utilizar símbolos para satisfacer o transformar nuestros más profundos deseos. En el caso de las religiones, al menos tres: explicar la realidad, ordenar la sociedad, salvarnos del miedo, del sufrimiento y de la finitud."
José Antonio Marina. La inteligencia fracasada (subtítol: Teoría y práctica de la estupidez). Anagrama, 2004 (p. 154, 155)